24/9/12

EL OBJETIVO DE LA VIDA HUMANA


EXTRACTO DEL LIBRO “ADVAITA VEDANTA”, POR SWAMI SANKARANANDA PURI.


Se dice que entre las innumerables especies que existen en la Tierra la humana es la más desarrollada. La naturaleza otorgó a esta exquisita especie suya el cerebro más productivo.

El cerebro humano es el único que, en determinados momentos, puede retirarse, sumergirse en sus propias profundidades y tratar de descubrir cosas maravillosas.

Nuestros śāstras o escrituras van un paso más allá y afirman que el nacimiento humano es el más preciado y difícil de lograr. Eso se debe a que el cuerpo humano es el único medio a través de cual uno puede alcanzar la salvación. La realización de la verdadera naturaleza del Sí mismo, el propósito de la vida humana.

La salvación o liberación, dicen los śāstras, es el propósito de nuestra vida. Liberación implica libertad pero surge la pregunta: ¿liberación de qué?

No hay duda de que la vida humana es muy preciada. Entonces, ¿por qué? ¿de qué ataduras o de quién debemos…


…liberarnos?

La vida en su curso normal nos presenta infinitas cosas para nuestro disfrute. Somos libres para disfrutar de todas las cosas que estén a nuestro alcance y, esperanzados, tratamos de sujetarlas con todas nuestras fuerzas.

La vida transcurre con sus distintas acciones y reacciones y, poco a poco, nos hace ver que, aunque seamos libres superficialmente, en realidad somos finitos. Aunque superficialmente pareciera que nada nos ata y por fuera nos sintamos libres estamos ligados a nuestros deseos, pensamientos, anhelos, miedos, envidias y muchas otras limitaciones. Nosotros somos sus esclavos. Deberíamos ser sus amos pero la realidad es que ellas nos dominan y somos nosotros quienes obedecemos sus órdenes.

En el fondo de nuestros corazones esas innumerables ataduras proclaman su existencia. Algunos permanecemos satisfechos en ese estado y seguimos con nuestra vida de esclavos mientras que otros, al darnos cuenta de esto, ponemos todo nuestro esfuerzo para tratar de liberarnos. Sin embargo, cuanto más intentamos romper las ataduras más parecen sujetarnos y, finalmente, la vida termina siendo una suma de ellas sujetándonos en todas direcciones hasta que quedamos en manos de la inevitable y poderosa muerte.

La muerte parece poner fin a todas las miserias y penas de esta vida. Muchos la consideran la solución definitiva para terminar con los problemas. Sin embargo, si la muerte fuese la solución la vida no tendría significado para nosotros. Por otra parte, se negaría la idea de que la vida humana es la más preciada. Además, la muerte es lo único que todo ser viviente desea evitar. Queremos vivir eternamente y, al mismo tiempo, disfrutar de la mayor paz y felicidad. La vida entera es un esfuerzo tremendo por lograr ese estado.

Desde una visión optimista, nuestros esfuerzos podrían algún día llevarnos a lograr ese objetivo que tanto añoramos mientras la visión pesimista señala que algo así es imposible de lograr. La vida en su estado actual es un drama en el que tragedia y la emoción tienen un importante papel que desempeñar.

Y en medio de esas dos visiones una tercera perspectiva afirma que la vida es una mezcla de felicidad y tristeza. Cada visión cumple su propio rol. El optimista sale entusiasmado y regresa con descubrimientos e inventos maravillosos que, en gran medida, disminuyen los dolores físicos y las agonías de la vida humana y le ofrecen un confort y un placer inmensos. Sin embargo, su parte interna permanece igual que antes hasta que poco a poco, con el tiempo, su situación se torna insoportable.

Por otra parte, la felicidad que intenta asegurarse deja su lugar a las penas cumpliendo la ley natural por la cual felicidad y desdicha así como alegría y tristeza van de la mano. Otro hecho difícil de aceptar es que la vida en nuestra era se ha vuelto más intrincada y los problemas de la mente humana se han multiplicado tremendamente. El pesimista se arrastra por la vida y deja todo a su suerte o a algún poder externo sobrehumano. El que está en un punto medio avanza experimentando las cosas como vienen y se moldea a sí mismo según ellas. Por consiguiente, oscila entre lo bueno y lo malo, lo bonito y lo feo, la virtud y el vicio, la alegría y la tristeza y tales otros extremos.

Mientras tanto, aquel reino de paz tan anhelado permanece a un largo trecho de los tres. Eso se debe a que aquello que fue hecho está sujeto a ser destruido y aquello que nació está sujeto a morir. De ahí que por haber nacido, moriremos. Y como la muerte es segura no podemos evitar tenerle miedo. El miedo, a su vez, trae a sus aliados (la agonía, el dolor y otros semejantes) y todos ellos juntos nos provocan agitación.

Entonces ¿es imposible disfrutar de dicha, paz y felicidad perfectas en esta vida? ¿No existe forma de librarse de las ataduras? “Sí”, aseguran los śāstras. “¡Escuchen, habitantes del mundo, hijos de la inmortalidad! ¡Escuchen, habitantes de la Esfera Divina! Yo conozco al auto-refulgente, el que está más allá de la ignorancia, el Ser omnipresente. Conociéndolo a Él uno trasciende la muerte pues no existe otra forma de lograr el Ser Absoluto” (Śvetāśvataropnisad 2.5 & 3.8). Aquí la muerte ha sido conquistada por aquel que realizó al Ser Supremo como su propio Ser. Sabiendo eso, no sólo logró la inmortalidad sino que pudo reconocer la inmortalidad en todos los seres y mostrar el camino hacia la eternidad.

En la verdadera naturaleza de nuestro Ser, somos divinos y eternos. No somos el cuerpo. El cuerpo es la máquina por medio de la cual funcionamos. Está compuesto por los elementos de la naturaleza y, por lo tanto, está destinado a perecer. Pero cuando nuestro cuerpo se destruya no perderemos nuestra identidad porque no somos el cuerpo.

Somos el alma, el Atman, el Brahman, el cual es eterno, inmortal, puro, divino y libre por siempre. Brahman nunca nació y, por tanto, nunca ha de morir. “El Atman –dice Sri Krishna en el Bhagavadgitā– nunca nació ni morirá. No es que llega a la existencia y por ende pierde su existencia. Tampoco es que luego de perder su existencia vuelve a existir. El Atman es no nacido, absoluto, eterno y ancestral. No perece ni siquiera con la destrucción del cuerpo.”

Al darnos cuenta de nuestra naturaleza inmortal todo temor de muerte cesa al mismo tiempo que cesan todas nuestras miserias, penas y dolores. Ya no nos mantenemos ocupados en el vano esfuerzo de hacer durar más nuestra existencia dado que somos inmortales en nuestra naturaleza real. Descubrimos que existimos en el pasado. Existimos, como es evidente, en el presente y existiremos en el futuro. En otras palabras: existimos eternamente. La existencia para nosotros se torna Absoluta a medida que nos fundimos en la Existencia Absoluta. 

Ése, dicen los śāstras, es el objetivo de la vida humana: volvernos uno con el Yo Superior. Sólo entonces nuestra vida humana se vuelve perfecta. El objetivo de la vida humana es trascender el cuerpo, los sentidos, la mente, el ego y todas las demás cosas de este universo mortal y eso sólo puede conseguirse mientras estemos en el cuerpo humano. Ningún otro cuerpo, por más grandioso que sea, es apto para lograr ese estado.

A través de la identificación de nuestro ser con el Absoluto rompemos todas las ataduras del cuerpo, los sentidos, la mente, etcétera. Ya no somos esclavos. Recuperamos el trono del cual fuimos una vez destronados y convertidos en esclavos.

Entonces somos los amos de nuestros sentidos, pensamientos y deseos. Ellos obedecen nuestras órdenes y no nosotros las de ellos. El éxito y el fracaso, la alegría y la pena y los demás opuestos se transforman en lo mismo. Aparecen por sí solos pero pierden su capacidad de crear un impacto en quien ya ha trascendido los elementos mortales. Viendo el mismo Atman o Ser en todo, ya nada nos asusta porque, ¿cuál sería ese otro para asustarnos? “El realizado, habiendo logrado la ecuanimidad, ve el Atman en todo y todo en el Atman.”

La espiritualidad muestra el camino para salir. Ese camino no es ni optimista ni pesimista. Tampoco es una reacción a las cosas según sus correspondientes acciones. Por el contrario, esa forma va contra la corriente. Consiste en liberarse del agarre de la naturaleza y conquistarla porque la esencia de la naturaleza es atraernos a su lado y hacernos  reaccionar a los sucesos. Al hacerlo, nos agitamos. Perdemos el equilibrio de nuestra mente. Pero para disfrutar una paz perfecta debemos tener ecuanimidad la cual es posible sólo si podemos mantenernos imperturbables frente a los fenómenos. Eso requiere un control total de la naturaleza. Es el amo y no el esclavo quien puede tener control sobre otros.

Y para ser amos de la naturaleza debemos trascender la naturaleza. Para conocer el mundo de los fenómenos debemos trascender el mundo de los fenómenos. Al trascender el mundo de la multiplicidad uno gana el perfecto control sobre sí mismo. Y aquel que se controla a sí mismo controla todo el universo porque “todo aquello que es en el microcosmos es en el macrocosmos”.

Luego de lograr eso, siendo el amo de su propio destino, el hombre disfruta las cosas como surgen sin ser perturbado por ellas y así goza una perfecta paz y felicidad. Aunque permanezca en el cuerpo se vuelve inmortal no como cuerpo sino como Atman. Él es un jvanmukta (libre aún mientras vive). Disfruta la tranquilidad y la dicha en su propio cuerpo. “Aquel que ha controlado su mente, que está libre de apego y envidia y disfruta de las cosas a través de sus sentidos bajo control, disfruta de gozo eterno” (Bhagavadgitā 2.64).


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