EXTRACTO DEL LIBRO “ADVAITA VEDANTA”, POR SWAMI SANKARANANDA PURI.
Se dice que entre las innumerables especies que
existen en la Tierra la humana es la más desarrollada. La naturaleza otorgó a
esta exquisita especie suya el cerebro más productivo.
El cerebro humano es el único que, en
determinados momentos, puede retirarse, sumergirse en sus propias profundidades
y tratar de descubrir cosas maravillosas.
Nuestros śāstras o escrituras van un paso más
allá y afirman que el nacimiento humano es el más preciado y difícil de lograr.
Eso se debe a que el cuerpo humano es el único medio a través de cual uno puede
alcanzar la salvación. La realización de la verdadera naturaleza del Sí mismo,
el propósito de la vida humana.
La salvación o liberación, dicen los śāstras, es
el propósito de nuestra vida. Liberación implica libertad pero surge la
pregunta: ¿liberación de qué?
No hay duda de que la vida humana es muy preciada.
Entonces, ¿por qué? ¿de qué ataduras o de quién debemos…
…liberarnos?
La vida en su curso normal nos presenta infinitas
cosas para nuestro disfrute. Somos libres para disfrutar de todas las cosas que
estén a nuestro alcance y, esperanzados, tratamos de sujetarlas con todas
nuestras fuerzas.
La vida transcurre con sus distintas acciones y
reacciones y, poco a poco, nos hace ver que, aunque seamos libres superficialmente,
en realidad somos finitos. Aunque superficialmente pareciera que nada nos ata y
por fuera nos sintamos libres estamos ligados a nuestros deseos, pensamientos,
anhelos, miedos, envidias y muchas otras limitaciones. Nosotros somos sus
esclavos. Deberíamos ser sus amos pero la realidad es que ellas nos dominan y
somos nosotros quienes obedecemos sus órdenes.
En el fondo de nuestros corazones esas
innumerables ataduras proclaman su existencia. Algunos permanecemos satisfechos
en ese estado y seguimos con nuestra vida de esclavos mientras que otros, al
darnos cuenta de esto, ponemos todo nuestro esfuerzo para tratar de liberarnos.
Sin embargo, cuanto más intentamos romper las ataduras más parecen sujetarnos y,
finalmente, la vida termina siendo una suma de ellas sujetándonos en todas
direcciones hasta que quedamos en manos de la inevitable y poderosa muerte.
La muerte parece poner fin a todas las miserias y
penas de esta vida. Muchos la consideran la solución definitiva para terminar
con los problemas. Sin embargo, si la muerte fuese la solución la vida no
tendría significado para nosotros. Por otra parte, se negaría la idea de que la
vida humana es la más preciada. Además, la muerte es lo único que todo ser
viviente desea evitar. Queremos vivir eternamente y, al mismo tiempo, disfrutar
de la mayor paz y felicidad. La vida entera es un esfuerzo tremendo por lograr
ese estado.
Desde una visión optimista, nuestros esfuerzos
podrían algún día llevarnos a lograr ese objetivo que tanto añoramos mientras
la visión pesimista señala que algo así es imposible de lograr. La vida en su
estado actual es un drama en el que tragedia y la emoción tienen un importante
papel que desempeñar.
Y en medio de esas dos visiones una tercera
perspectiva afirma que la vida es una mezcla de felicidad y tristeza. Cada
visión cumple su propio rol. El optimista sale entusiasmado y regresa con
descubrimientos e inventos maravillosos que, en gran medida, disminuyen los
dolores físicos y las agonías de la vida humana y le ofrecen un confort y un
placer inmensos. Sin embargo, su parte interna permanece igual que antes hasta
que poco a poco, con el tiempo, su situación se torna insoportable.
Por otra parte, la felicidad que intenta
asegurarse deja su lugar a las penas cumpliendo la ley natural por la cual
felicidad y desdicha así como alegría y tristeza van de la mano. Otro hecho
difícil de aceptar es que la vida en nuestra era se ha vuelto más intrincada y
los problemas de la mente humana se han multiplicado tremendamente. El
pesimista se arrastra por la vida y deja todo a su suerte o a algún poder
externo sobrehumano. El que está en un punto medio avanza experimentando las
cosas como vienen y se moldea a sí mismo según ellas. Por consiguiente, oscila
entre lo bueno y lo malo, lo bonito y lo feo, la virtud y el vicio, la alegría
y la tristeza y tales otros extremos.
Mientras tanto, aquel reino de paz tan anhelado
permanece a un largo trecho de los tres. Eso se debe a que aquello que fue
hecho está sujeto a ser destruido y aquello que nació está sujeto a morir. De
ahí que por haber nacido, moriremos. Y como la muerte es segura no podemos
evitar tenerle miedo. El miedo, a su vez, trae a sus aliados (la agonía, el
dolor y otros semejantes) y todos ellos juntos nos provocan agitación.
Entonces ¿es imposible disfrutar de dicha, paz y
felicidad perfectas en esta vida? ¿No existe forma de librarse de las ataduras?
“Sí”, aseguran los śāstras. “¡Escuchen, habitantes del mundo, hijos de la
inmortalidad! ¡Escuchen, habitantes de la Esfera Divina! Yo conozco al
auto-refulgente, el que está más allá de la ignorancia, el Ser omnipresente.
Conociéndolo a Él uno trasciende la muerte pues no existe otra forma de lograr
el Ser Absoluto” (Śvetāśvataropnisad 2.5 & 3.8). Aquí la muerte ha sido
conquistada por aquel que realizó al Ser Supremo como su propio Ser. Sabiendo
eso, no sólo logró la inmortalidad sino que pudo reconocer la inmortalidad en
todos los seres y mostrar el camino hacia la eternidad.
En la verdadera naturaleza de nuestro Ser, somos
divinos y eternos. No somos el cuerpo. El cuerpo es la máquina por medio de la
cual funcionamos. Está compuesto por los elementos de la naturaleza y, por lo
tanto, está destinado a perecer. Pero cuando nuestro cuerpo se destruya no
perderemos nuestra identidad porque no somos el cuerpo.
Somos el alma, el Atman, el Brahman, el cual es
eterno, inmortal, puro, divino y libre por siempre. Brahman nunca nació y, por
tanto, nunca ha de morir. “El Atman –dice Sri Krishna en el Bhagavadgitā– nunca
nació ni morirá. No es que llega a la existencia y por ende pierde su
existencia. Tampoco es que luego de perder su existencia vuelve a existir. El
Atman es no nacido, absoluto, eterno y ancestral. No perece ni siquiera con la
destrucción del cuerpo.”
Al darnos cuenta de nuestra naturaleza inmortal
todo temor de muerte cesa al mismo tiempo que cesan todas nuestras miserias,
penas y dolores. Ya no nos mantenemos ocupados en el vano esfuerzo de hacer
durar más nuestra existencia dado que somos inmortales en nuestra naturaleza
real. Descubrimos que existimos en el pasado. Existimos, como es evidente, en
el presente y existiremos en el futuro. En otras palabras: existimos
eternamente. La existencia para nosotros se torna Absoluta a medida que nos
fundimos en la Existencia Absoluta.
Ése, dicen los śāstras, es el objetivo de la vida
humana: volvernos uno con el Yo Superior. Sólo entonces nuestra vida humana se
vuelve perfecta. El objetivo de la vida humana es trascender el cuerpo, los
sentidos, la mente, el ego y todas las demás cosas de este universo mortal y
eso sólo puede conseguirse mientras estemos en el cuerpo humano. Ningún otro
cuerpo, por más grandioso que sea, es apto para lograr ese estado.
A través de la identificación de nuestro ser con
el Absoluto rompemos todas las ataduras del cuerpo, los sentidos, la mente,
etcétera. Ya no somos esclavos. Recuperamos el trono del cual fuimos una vez
destronados y convertidos en esclavos.
Entonces somos los amos de nuestros sentidos,
pensamientos y deseos. Ellos obedecen nuestras órdenes y no nosotros las de
ellos. El éxito y el fracaso, la alegría y la pena y los demás opuestos se
transforman en lo mismo. Aparecen por sí solos pero pierden su capacidad de
crear un impacto en quien ya ha trascendido los elementos mortales. Viendo el
mismo Atman o Ser en todo, ya nada nos asusta porque, ¿cuál sería ese otro para
asustarnos? “El realizado, habiendo logrado la ecuanimidad, ve el Atman en todo
y todo en el Atman.”
La espiritualidad muestra el camino para salir.
Ese camino no es ni optimista ni pesimista. Tampoco es una reacción a las cosas
según sus correspondientes acciones. Por el contrario, esa forma va contra la
corriente. Consiste en liberarse del agarre de la naturaleza y conquistarla
porque la esencia de la naturaleza es atraernos a su lado y hacernos
reaccionar a los sucesos. Al hacerlo, nos agitamos. Perdemos el
equilibrio de nuestra mente. Pero para disfrutar una paz perfecta debemos tener
ecuanimidad la cual es posible sólo si podemos mantenernos imperturbables
frente a los fenómenos. Eso requiere un control total de la naturaleza. Es el
amo y no el esclavo quien puede tener control sobre otros.
Y para ser amos de la naturaleza debemos
trascender la naturaleza. Para conocer el mundo de los fenómenos debemos
trascender el mundo de los fenómenos. Al trascender el mundo de la
multiplicidad uno gana el perfecto control sobre sí mismo. Y aquel que se
controla a sí mismo controla todo el universo porque “todo aquello que es en el
microcosmos es en el macrocosmos”.
Luego de lograr eso, siendo el amo de su propio
destino, el hombre disfruta las cosas como surgen sin ser perturbado por ellas
y así goza una perfecta paz y felicidad. Aunque permanezca en el cuerpo se
vuelve inmortal no como cuerpo sino como Atman. Él es un jῑvanmukta
(libre aún mientras vive). Disfruta la tranquilidad y la dicha en su propio
cuerpo. “Aquel que ha controlado su mente, que está libre de apego y envidia y
disfruta de las cosas a través de sus sentidos bajo control, disfruta de gozo
eterno” (Bhagavadgitā 2.64).
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